Hola, soy
Blanca, y recién acabo de cumplir los 20 años. Venía a contaros mi historia y
cómo es mi día a día con esta peculiaridad, que no enfermedad, porque no es una
enfermedad ni mucho menos. Es muy, podría decir con mucho orgullo que tengo una
salud ya no de hierro, ¡de acero inoxidable!
Bueno, la
cuestión es, nací el 1 de febrero de 2001 en Jaén, España, un par de semanas
antes de lo previsto, por lo que, como ya he dicho, acabo de cumplir mi segunda
década en este mundo que a tantos se nos hace tan grande y complicado de
comprender y manejar, sea por la razón que sea. Mi nacimiento fue como el de
miles de millones de personas, o sea, no hubo nada raro en él, más que el hecho
de que tuve que nacer por cesárea (como en el caso de miles de millones de
personas en todo el mundo, repito), y pasar una semana entera en el hospital al
lado de mi madre, hasta que nos dieron el alta.
Tras eso, todo
transcurría con aparente normalidad: a las cuatro semanas ya era capaz de
dormir toda la noche del tirón (cosa que, aunque no os lo creáis, a mis padres
les asustó bastante, porque basándose en la experiencia que tuvieron con mi
hermano 4 años antes, ellos pensaban que lo normal era que los bebés se
despertaran cada – rato para comer o que los tranquilizaran), e iba adquiriendo
todas las destrezas que necesitaba en el tiempo considerado "dentro de lo
normal" para un bebé. De hecho, nadie detectó nada extraño en mi hasta que
llegué más o menos a los dos años, cuando empecé a ir a la guardería y,
posteriormente, al cole: siempre tenía que hacer el mismo camino; de lo
contrario, me sentía como un perro perdido, y no sabía qué hacer ni cómo
reaccionar. ¡Me quedaba paralizada y totalmente bloqueada! También era muy
obvio que prefería permanecer sola la mayor parte del tiempo, quiero decir, no
me sentía a gusto estando rodeada de gente, y esto hacía que, el 95% de las
veces, prefiriera quedarme arrinconada en una esquina en vez de interactuar con
otros niños.
A esto hay que
sumarle mi nula capacidad de comprender los dobles sentidos, y mi todavía
presente tendencia a decir las cosas tal cual las pienso, sin caer en la cuenta
del daño que mis palabras pueden provocar. ¡Ah, y también tengo que añadir que
sufría y sigo sufriendo, aunque ya en menor medida, una mayor sensibilidad a
ciertos estímulos como la luz o el ruido! En fin, todo este cóctel de señales
llevó a mis padres a decidir hacerme toda una batería de pruebas psicológicas y
neurológicas que pudieran señalar cuál era mi problema, qué tipo de tratamiento
debía seguir, y durante cuánto tiempo.
El diagnóstico
llegó hacia octubre-noviembre de 2006, más o menos: todos mis sentimientos
apuntaban hacia el ahora universalmente conocido síndrome de Asperger, el cual
es un trastorno con el que uno nace y con el que muere, pero que, por fortuna,
no supone una amenaza para la vida de quien lo sufre. Evidentemente, tan pronto
como llegó el diagnostico, enseguida me buscaron psicólogos que pudieran ayudar
a llevar el control de esta ¿enfermedad?, y aprender a desenvolverme en el
entorno como cualquier otra persona.
Respecto al
colegio, no puedo decir que tuve una gran ayuda porque más bien fue al revés:
ni mis compañeros ni los profesores entendían que yo padecía de este síndrome,
y simplemente pensaban que "no quería integrarme en el grupo", cuando
la realidad era que no sabía cómo hacerlo. Esta situación se volvió mi
complicada en mi etapa como estudiante de la ESO, cuando empecé a sufrir en mi
piel lo que era el auténtico "bullying", ya que algunos se
aprovechaban de mis puntos más débiles y me utilizaban para su propio
beneficio. Lo peor de todo es que casi no tengo apoyo por parte de los
profesores, lo cual me llegó a plantearme seriamente querer cambiar de colegio
en varias ocasiones, pero claro, el hecho de que en otros sitios pudieran
tratarme peor que allí me daba más miedo y ansiedad que aguantar aquello a lo
que, de todas maneras, ya estaba acostumbrada, por lo que decidí seguir allí
hasta que ya no me quedó más remedio que irme para continuar mis estudios en
Bachiller (es que mi colegio solo da hasta 4° de la ESO). Primero estuve en el
San Juan Bosco, en el que seguí sufriendo cierto acoso por parte de mis
compañeros por no ser igual que ellos (ellos mayormente se dedicaban a fumar y
beber, mientras yo me comía los apuntes y deberes para poder aprobar, y de
hecho, fui víctima de algunas bromas de muy, muy mal gusto), pero tan solo duré
un trimestre; era incapaz de llevar ese ritmo tan frenético de exámenes, tareas
y trabajos sin pies ni cabeza.
Tras ello,
decidí salir y apuntarme a una academia de idiomas en la que me fue
relativamente bien y comenzar una dieta para bajar de peso. Bueno, esto último
fue más bien incitado por mi madre, ya que, aunque era consciente de mi
evidente sobrepeso, no lo consideraba como algo de gran preocupación
(posiblemente, porque, al ser joven, nunca me había dado ningún susto), pero,
como ya muchos sabéis, la gente como yo tiene una tendencia natural a aferrarse
a cualquier cosa, por estúpida que sea, de modo que cogí costumbre a ver cómo
los números de la báscula disminuían, por lo que, tras un año con ella, y 20
kilos perdidos, noté que "algo no iba como yo quería", ya que veía
que había vuelto a subir de peso, con lo cual aquí comenzó mi infierno con los
trastornos alimentarios, ya que empecé a tomar pastillas, productos
herbolarios... y dejar de comer progresivamente.
Al principio me
prometí mantener esta costumbre solo hasta que llegara a los 63 kg, pero no fue
suficiente; esta situación empeoró con la llegada del confinamiento: mi miedo a
recuperar ese peso se hizo mas fuerte, y es entonces cuando la anorexia comenzó
a calar de verdad en mí: mi peso descendió hasta los 55 kg (muy delgada para mi
estatura) y, para más inri, al haberme quedado casi sin grasa corporal, mi
organismo, en un intento de mantenerse funcionando, había comenzado a atacarse
a sí mismo, ¡con el peligro que eso conlleva! Evidentemente, intenté reaccionar
en ese mismo momento, y es más, parecía ir en la dirección correcta... salvo
que, tan pronto como mi cantidad de comida ingerida comenzó a aumentar, también
lo hicieron las conductas compensatorias, o lo que es lo mismo, pasé de la
anorexia a la bulimia, con la que sigo lidiando a día de hoy. Pese a todo, también
he tenido momentos muy felices en mi vida, como aquel en el que apareció mi
perrita en mi vida, hace ya casi 3 años y medio, y quien es aún uno de los
pocos motivos que me quedan para seguir luchando.
En resumen, he
vivido muchos episodios muy oscuros, pero también reconozco que tengo mis
instantes felices, y este síndrome me ha enseñado y me sigue enseñando muchas
cosas tanto positivas como negativas. Bueno, os preguntaréis qué tiene que ver
el Asperger con los trastornos alimentarios, o incluso adicciones, me
imagino... Pues sí, tiene muchísimo que ver: normalmente, el perfil psicológico
de las personas con estas enfermedades suele coincidir con el de los Asperger
en un gran porcentaje: perfeccionistas, obsesivos, inconformistas, etc. Somos
gente a la que nos gusta llevar un cierto control sobre algunas situaciones
que, muchas veces, se nos escapa de las manos, pudiendo desembocar en
situaciones tales como problemas de autoestima, existenciales... que son los
que nos empujan a buscar cualquier remedio para sentirnos mejor con nosotros
mismos, incluso si estos en realidad nos hacen más daño que bien. Espero que mi
historia sirva de inspiración para otros que estén pasando por situaciones
parecidas, y que se atrevan a buscar ayuda, puesto que muchas veces, nosotros
solos con los monstruos que viven en nuestra cabeza, necesitamos a otros para
poder vencerlos.
Blanca, 20 años