jueves, 18 de febrero de 2021

Relato 18F: "Mi historia con TEA"

 

Hola, soy Blanca, y recién acabo de cumplir los 20 años. Venía a contaros mi historia y cómo es mi día a día con esta peculiaridad, que no enfermedad, porque no es una enfermedad ni mucho menos. Es muy, podría decir con mucho orgullo que tengo una salud ya no de hierro, ¡de acero inoxidable!

Bueno, la cuestión es, nací el 1 de febrero de 2001 en Jaén, España, un par de semanas antes de lo previsto, por lo que, como ya he dicho, acabo de cumplir mi segunda década en este mundo que a tantos se nos hace tan grande y complicado de comprender y manejar, sea por la razón que sea. Mi nacimiento fue como el de miles de millones de personas, o sea, no hubo nada raro en él, más que el hecho de que tuve que nacer por cesárea (como en el caso de miles de millones de personas en todo el mundo, repito), y pasar una semana entera en el hospital al lado de mi madre, hasta que nos dieron el alta.

Tras eso, todo transcurría con aparente normalidad: a las cuatro semanas ya era capaz de dormir toda la noche del tirón (cosa que, aunque no os lo creáis, a mis padres les asustó bastante, porque basándose en la experiencia que tuvieron con mi hermano 4 años antes, ellos pensaban que lo normal era que los bebés se despertaran cada – rato para comer o que los tranquilizaran), e iba adquiriendo todas las destrezas que necesitaba en el tiempo considerado "dentro de lo normal" para un bebé. De hecho, nadie detectó nada extraño en mi hasta que llegué más o menos a los dos años, cuando empecé a ir a la guardería y, posteriormente, al cole: siempre tenía que hacer el mismo camino; de lo contrario, me sentía como un perro perdido, y no sabía qué hacer ni cómo reaccionar. ¡Me quedaba paralizada y totalmente bloqueada! También era muy obvio que prefería permanecer sola la mayor parte del tiempo, quiero decir, no me sentía a gusto estando rodeada de gente, y esto hacía que, el 95% de las veces, prefiriera quedarme arrinconada en una esquina en vez de interactuar con otros niños.

A esto hay que sumarle mi nula capacidad de comprender los dobles sentidos, y mi todavía presente tendencia a decir las cosas tal cual las pienso, sin caer en la cuenta del daño que mis palabras pueden provocar. ¡Ah, y también tengo que añadir que sufría y sigo sufriendo, aunque ya en menor medida, una mayor sensibilidad a ciertos estímulos como la luz o el ruido! En fin, todo este cóctel de señales llevó a mis padres a decidir hacerme toda una batería de pruebas psicológicas y neurológicas que pudieran señalar cuál era mi problema, qué tipo de tratamiento debía seguir, y durante cuánto tiempo.

El diagnóstico llegó hacia octubre-noviembre de 2006, más o menos: todos mis sentimientos apuntaban hacia el ahora universalmente conocido síndrome de Asperger, el cual es un trastorno con el que uno nace y con el que muere, pero que, por fortuna, no supone una amenaza para la vida de quien lo sufre. Evidentemente, tan pronto como llegó el diagnostico, enseguida me buscaron psicólogos que pudieran ayudar a llevar el control de esta ¿enfermedad?, y aprender a desenvolverme en el entorno como cualquier otra persona.

Respecto al colegio, no puedo decir que tuve una gran ayuda porque más bien fue al revés: ni mis compañeros ni los profesores entendían que yo padecía de este síndrome, y simplemente pensaban que "no quería integrarme en el grupo", cuando la realidad era que no sabía cómo hacerlo. Esta situación se volvió mi complicada en mi etapa como estudiante de la ESO, cuando empecé a sufrir en mi piel lo que era el auténtico "bullying", ya que algunos se aprovechaban de mis puntos más débiles y me utilizaban para su propio beneficio. Lo peor de todo es que casi no tengo apoyo por parte de los profesores, lo cual me llegó a plantearme seriamente querer cambiar de colegio en varias ocasiones, pero claro, el hecho de que en otros sitios pudieran tratarme peor que allí me daba más miedo y ansiedad que aguantar aquello a lo que, de todas maneras, ya estaba acostumbrada, por lo que decidí seguir allí hasta que ya no me quedó más remedio que irme para continuar mis estudios en Bachiller (es que mi colegio solo da hasta 4° de la ESO). Primero estuve en el San Juan Bosco, en el que seguí sufriendo cierto acoso por parte de mis compañeros por no ser igual que ellos (ellos mayormente se dedicaban a fumar y beber, mientras yo me comía los apuntes y deberes para poder aprobar, y de hecho, fui víctima de algunas bromas de muy, muy mal gusto), pero tan solo duré un trimestre; era incapaz de llevar ese ritmo tan frenético de exámenes, tareas y trabajos sin pies ni cabeza.

Tras ello, decidí salir y apuntarme a una academia de idiomas en la que me fue relativamente bien y comenzar una dieta para bajar de peso. Bueno, esto último fue más bien incitado por mi madre, ya que, aunque era consciente de mi evidente sobrepeso, no lo consideraba como algo de gran preocupación (posiblemente, porque, al ser joven, nunca me había dado ningún susto), pero, como ya muchos sabéis, la gente como yo tiene una tendencia natural a aferrarse a cualquier cosa, por estúpida que sea, de modo que cogí costumbre a ver cómo los números de la báscula disminuían, por lo que, tras un año con ella, y 20 kilos perdidos, noté que "algo no iba como yo quería", ya que veía que había vuelto a subir de peso, con lo cual aquí comenzó mi infierno con los trastornos alimentarios, ya que empecé a tomar pastillas, productos herbolarios... y dejar de comer progresivamente.

Al principio me prometí mantener esta costumbre solo hasta que llegara a los 63 kg, pero no fue suficiente; esta situación empeoró con la llegada del confinamiento: mi miedo a recuperar ese peso se hizo mas fuerte, y es entonces cuando la anorexia comenzó a calar de verdad en mí: mi peso descendió hasta los 55 kg (muy delgada para mi estatura) y, para más inri, al haberme quedado casi sin grasa corporal, mi organismo, en un intento de mantenerse funcionando, había comenzado a atacarse a sí mismo, ¡con el peligro que eso conlleva! Evidentemente, intenté reaccionar en ese mismo momento, y es más, parecía ir en la dirección correcta... salvo que, tan pronto como mi cantidad de comida ingerida comenzó a aumentar, también lo hicieron las conductas compensatorias, o lo que es lo mismo, pasé de la anorexia a la bulimia, con la que sigo lidiando a día de hoy. Pese a todo, también he tenido momentos muy felices en mi vida, como aquel en el que apareció mi perrita en mi vida, hace ya casi 3 años y medio, y quien es aún uno de los pocos motivos que me quedan para seguir luchando.

En resumen, he vivido muchos episodios muy oscuros, pero también reconozco que tengo mis instantes felices, y este síndrome me ha enseñado y me sigue enseñando muchas cosas tanto positivas como negativas. Bueno, os preguntaréis qué tiene que ver el Asperger con los trastornos alimentarios, o incluso adicciones, me imagino... Pues sí, tiene muchísimo que ver: normalmente, el perfil psicológico de las personas con estas enfermedades suele coincidir con el de los Asperger en un gran porcentaje: perfeccionistas, obsesivos, inconformistas, etc. Somos gente a la que nos gusta llevar un cierto control sobre algunas situaciones que, muchas veces, se nos escapa de las manos, pudiendo desembocar en situaciones tales como problemas de autoestima, existenciales... que son los que nos empujan a buscar cualquier remedio para sentirnos mejor con nosotros mismos, incluso si estos en realidad nos hacen más daño que bien. Espero que mi historia sirva de inspiración para otros que estén pasando por situaciones parecidas, y que se atrevan a buscar ayuda, puesto que muchas veces, nosotros solos con los monstruos que viven en nuestra cabeza, necesitamos a otros para poder vencerlos.


Blanca, 20 años





1 comentario:

  1. ¡Muy bien, Blanca! MIL ENHORABUENAS no sólo por tu explicación, sino por haberte enterado antes (con 5 años; yo no lo supe hasta los 27). Has de sentirte orgullosa de lo que has hecho. Yo, en mi cole, NUNCA recibí apoyo desde adolescente, pero les hice enterarse los primeros de mi licenciatura en Filología Inglesa, con conocimientos medios de francés; italiano; y aprendiendo portugués.

    ResponderEliminar